Escucha música mientras nos visitas!

lunes, 11 de junio de 2012

CRÓNICA DE MI HOLOCAUSTO CICLISTA. Parte 2. Entrada 52.

 QUINTO MURO: BAJADA DEL MORAL. ROZANDO LO EXTREMO.          


          Acabo de pasar por el control del Moral a 1.000 metros de altitud y 0º C. Dudo por un momento si pararme en el avituallamiento pero no lo hago por que solo es de bebidas y yo aún tengo. Además creo que si me paro me congelo. Empiezo la bajada y cada vez me cruzo con más ciclistas. Unos de la organización advierten que ahora hay doble sentido. Arriba estábamos a cero grados pero ahora mientras bajo la sensación térmica es mucho peor. Estoy empapado de sudor y se me hiela en la bajada. No tardo ni un kilómetro en  tiritar con el frío. Me agarroto. Bajo despacio porque no siento las manos. Algunos con los que me cruzo son los fieras que van en las primeras posiciones pero a otros no le veo demasiada pinta de pros, si no, más bien de amateurs como yo. Me quedo un poco desconcertado, pero deduzco que es gente que decidió darse la vuelta.
          Hay mucho barro en la bajada. Las gafas están casi opacas. No veo casi nada. Aguanto con las gafas puestas hasta que ya no consigo ver por donde voy. Me saco las gafas y me las coloco en el casco. Bajo despacio y totalmente contraído por el frío. Mantengo distancia con los de delante o los adelanto rápido para que no me escupan el barro a la cara. No sirve de nada, también mi rueda de delante me va escupiendo ese barro acuoso a los ojos. Soporto un par de kilómetros hasta que me entra barro en un ojo. Reduzco la velocidad, voy muy despacio. Mantengo el ojo cerrado pero me pica bastante, así que lo abro y aguanto sin parpadear. El lagrimeo me limpia algo los ojos y recobrada la visión decido parar. Estoy acartonado y me cuesta sacar el botellín. Tengo una contractura en el omóplato izquierdo que es insufrible. Vierto acuarius sobre las gafas y me las pongo más o menos limpias. Continúo.
          Ya no sé en qué punto de la carrera estoy. Le paso un dedo al cuentakilómetros pero aún lo embarro más. Me cuesta frenar, no siento las manos. Ni los pies. Tirito. No queda nada de mi cuerpo que no cubra el barro. Estoy comiendo barro desde la cumbre. Jamás se me olvidará su sabor. Tengo que utilizar el canto de la palma derecha para cambiar los platos. Pienso en que las pastillas de los frenos no me van a aguantar toda la carrera. Lo estoy pasando mal. Procuro no pensar en ello. Me animo a mi mismo a vencer esta batalla. Me digo que si la venzo, la guerra está ganada. Pienso en los demás, Raimond, Roger, Luis y el caminante Santi. Me van pasando bastante gente más abrigada que yo, por supuesto. Le doy vueltas a todos los errores de planificación cometidos. Entre ellos la ropa. Me pregunto porqué dejé en el apartamento la chaqueta térmica y los guantes de neopreno. Aunque hubiese dado casi igual, en las bajadas el aire penetra por cualquier hueco y te congela el sudor. Me fijo muy poco en el paisaje pero parece un bonito valle. Decido ir bajando muy despacio, para pasar menos frío y continuar en la carrera. Pienso en que ya he estado antes en situaciones más próximas a la hipotérmia que esa, concretamente, pescando. Pero es más difícil combatir el frío esta vez. Pescando solo tengo que aumentar el ritmo pero aquí en las bajadas no hay más remedio que aguantar. Sé sufrir y así me lo digo a mí mismo. No contemplo la retirada. Pienso que en la subida a Cruz de Fuentes le daré más caña, comeré más y beberé más, y que si la corono acabaré la carrera. Y lo habré conseguido en unas condiciones extremas. Pienso en todo esto mientras continúo descendiendo.
           A lo lejos oigo sirenas de ambulancias y cada vez me cruzo con más ciclistas. El pueblo debe estar cerca. En cinco minutos llego a un pueblo sumido en el caos. Paso unas calles estrechas donde muchos ciclistas se amontonan ante unas vecinas que les dan papel para que se limpien la cara. Otra, la de más éxito, da aguardiente. También veo a algunos ciclistas cambiarse de ropa junto a unos coches de apoyo. Qué bien planificado, pienso. No me paro, continúo unos metros y veo de todo: gente apiñada en el puesto de mecánicos, otra en el puesto de la Cruz Roja. Muchos ciclistas en medio de las calles desconcertados sin saber lo que hacer. Me fijo en algunas caras y veo que están como yo o peor. El rictus general es de  agonía. Decido proseguir y alejarme de todo eso. Recuerdo que llevo barritas y geles sin consumir. Pienso que es mejor parar en el siguiente avituallamiento, el de Bárcena Mayor. Al empezar a subir entraré en calor, pienso. Veo la flecha indicando la ruta y voy hacia allí.


SEXTO MURO: PRUEBA SUSPENDIDA. DECEPCIÓN/ALIVIO. LLEGADA A META.

          Inmediatamente me paro, hay un hombre de la organización desaforado con un silbato que nos bloquea. Veo coches de la Guardia Civil, bloqueando el paso en la carretera. Veo que paran a dos corredores. La gente a mi alrededor está desorientada. Le pregunto por dónde es al de la organización que está histérico desviando a la gente por la carretera en sentido contrario a la dirección de la marcha. Me dice que la prueba está suspendida y que vayamos todos a Cabezón por carretera.
          Me dejo llevar en el medio de un grupo de ciclistas y le pregunto a uno de ellos  porqué suspendieron la prueba. Me dice que hubo varias hipotermias y que por eso cortaron la carrera. De ahí las ambulancias que había oído. Me dice que en Cruz de Fuentes está muy mal el tiempo y que han hecho bien en suspender la prueba. Ahora 10 kilómetros por carretera y una ducha bien caliente, me dice. Me meto entre una grupeta de ciclistas y le doy caña por la carretera para entrar en calor. Casi todos vamos callados. Meto plato grande y le doy caña. Pienso en las horas de entrenamiento sin recompensa, pienso en que no pude conseguir el reto a pesar de ir bien de fuerzas. Pienso en que fui dosificando para nada. Pienso muchas cosas negativas. Empieza a llover más fuerte. Voy pasando algún pueblo, uno se llama Correpoco. En su cartel se paran unos ciclistas y se ponen a sacar una foto entre risas. Empiezo a relativizar lo sucedido. Llego a Cabezón. La gente en la calle nos aplaude y grita. Me reconforta. Voy llegando al centro del pueblo y cada vez hay más gente a pesar de la lluvia. El calor de la gente es impresionante y eso que no saben el Infierno que venimos de pasar. Entro en meta sin celebrarlo. Solo me fijo en que el reloj electrónico marca las 4 de la tarde y me sorprende pues no sabía en que momento del día estaba. La gente aplaude. Por megafonía dicen los que van llegando, dicen mi nombre. Me bajo de la bici encartado. Cojo un botellín de Powerade y me lo bebo mientras contemplo una escena. Qué bonito es que alguien querido te espere en la meta. Camino como un autómata. Me siento raro y no sé lo que hacer. Me vuelve el frío y voy en busca de la carpa para comer algo y sentarme.
Llegada a Meta.


SÉPTIMO MURO:  TODA LA TARDE TORTURADO POR EL FRÍO. 

          Paso un portal a la derecha y veo la carpa al fondo. Voy hacia allí. Vuelvo a tiritar. Apoyo la bici en un árbol y entro a la Carpa por un lateral. Me paro un segundo y veo que muchos de los que allí están se asustan al verme. Mi cara debe ser un poema. Me voy a un altillo donde están dando la comida. Temblando cojo una bandeja de pasta, cuatro pastelillos y un acuarius. Me siento en una silla tras sacar la mochila y me pongo a comer la pasta con atún. Tengo mucho frío y mucha hambre. Como, temblando y sin levantar la cabeza. Los que me rodean disimulan. Abro la mochila para ponerme el maillot seco y sacarme lo puesto que está empapado y me está congelando. Sorpresa: todo lo del interior está empapado. Ahora que estoy semidesnudo no me puedo volver a poner lo que traigo así que me pongo el maillot corto mojado de la mochila y la braga del cuello y por encima vuelvo a poner el plástico. Vaya pinta. Me siento a tiritar. 
          La carpa está a tope. Tiritando me acurruco y espero a que llegue Santi, que tiene las llaves del coche. Me imagino que no tardará pues ya van 9 horas desde la salida. Pasan los minutos y veo que dos "civiles" se levantan y se van a buscar unas cañas al grifo. Uno de ellos regresa con unos periódicos y me los dá: - Toma, al menos ponte esto por debajo de la ropa por que te estás quedando tieso. Le doy las gracias. Es buena idea, me meto algunos en el torso debajo del maillot. Noto una mínima mejoría pues los papeles me separan la piel del maillot mojado. Continúan llegando muertos vivientes rodantes. Pero comen y se van pronto a duchar y a cambiar de ropa. Algunos vienen a comer ya cambiados.
          Pasa una hora y pico de mi paso por meta y me suena el móvil, es Luis. Le digo que se venga para la carpa. Lo veo entrar cadavérico y, más que pálido, translúcido. Me pide que le saque los guantes pues no siente las manos. Se come la pasta y recobra un poco el color. Yo me voy recuperando pero debe de ser poca la mejoría: la señora de al lado insiste en ir a buscarme una manta. Regresa sin la manta y con un enfermero de la Cruz Roja. Le digo que estoy bien. Me explica que las mantas de aluminio son para los "ciclistas terminales" (hipotérmicos grado extremo). Se va y la señora y una de sus amigas me quieren llevar a su casa para que me duche y me cambie. Les doy las gracias pero declino amablemente su invitación. La amabilidad de la gente me abruma. 
          Pasa otra hora y me voy recomponiendo muy lentamente mientras charlo con Luis. Vemos a un ciclista comer un plato de pasta temblando y con espuma en la comisura de los labios y sobre el labio superior. Tiene una manta y y el brazo de su preocupado hijo sobre los hombros. Pienso entonces, que nosotros estamos bastante bien, aunque, desesperados por irnos de allí, llamo a Santi. No contesta. Le mando un mensaje explicando nuestra penosa situación y pidiéndole que le dé caña. Me llama y me dice que está bajando el Toral y que calcula que tardará una hora. Llamo a Raimond y a Roger. Este me llama después de media hora. Están ya en su apartamento duchándose. Les pido ropa. Son ya las 8 y cuarto de la noche y llevo casi cuatro horas y media sentado en una silla de plástico temblando de frío. 
          Llegan Irene, Raimond y Roger con ropa seca, por fin. Empiezan las risas y las anécdotas. De pronto llega Santi a la carpa, cansado pero menos congelado que nosotros. Se come un plato de pasta y nos largamos de allí al instante. Cuando estoy bajo el agua caliente de la ducha no me lo puedo creer. Me deleito. La mejor ducha caliente de mi vida.

FIN.
Irene.

Santi.

          









Raimond y Roger.

El pasado 19 de mayo he sobrevivido a "Los 10.000 del Soplao". Solo pienso en una cosa: en el "Soplao 2.013".

No hay comentarios: